DOCUMENTAL
La miseria de las esmeraldas
En el occidente de Boyacá, en Colombia, se encuentran las comunidades de Muzo y Quipama, y en las cercanías las veredas atraviesan la montaña rodeando el Río Minero. Allí cientos de guaqueros (mineros artesanales) esperan encontrar una esmeralda que les cambie la vida, mientras el hambre y la pobreza se extienden como única certeza en el paisaje. Hombres, mujeres y niños llegan a Muzo atraídos por el embrujo de las esmeraldas. Pero cada día es más difícil encontrar piedras de valor en la minería a cielo abierto, sólo las empresas que tienen las licencias de explotación de las minas subterráneas logran encontrar las más valiosas gemas colombianas.
Un mar de piedras cubre las orillas del Río Minero, es la cicatriz que han dejado las palas y las mangueras a presión con las que se abre la montaña en busca de esmeraldas. Más de cinco décadas de minería a cielo abierto, han modificado el paisaje que otrora estaba lleno de plantas, flores y fauna. Las mujeres en Muzo se han ganado su espacio en la minería a cielo abierto. Cientos de ellas cargan con sus niños a cuesta mientras clavan sus palas en las orillas del río.
Años de trabajo desde que despunta el sol hasta que cae la tarde, cientos de kilómetros recorridos, horas de palear la tierra sin encontrar nada.
Para los "guaraperitos" (abuelos que ya no tienen fuerza para continuar en la minería) el único consuelo entre tanta miseria es el guarapo fermentado de arroz y miel, que los mantiene absortos de su pobreza. Durante más de tres décadas la guerra entre los dueños de las minas dejó cientos de muertos y lesionados en Muzo. Años de terror y de aislamiento se han convertido en pobreza y dolor después de la tregua.
Algunas de las víctimas de la “guerra verde” todavía continúan en la minería a cielo abierto.
CARTAGENA
Más allá de la Ciudad Amurallada de Cartagena, hay una realidad que pocos turistas conocen. Una realidad llena de calles sin pavimentar, de pobreza, y al mismo tiempo del espíritu de una gente que emprende, crea y sueña a pesar de lo adverso de sus realidades.
Así es la vida en el Barrio Nelson Mandela, una invasión que se creó hace más de 25 años y que hoy es el hogar de más de 40.000 personas, a 15 km de distancia del Centro Histórico de la Ciudad. 
La mayoría de quienes viven en el Barrio Nelson Mandela son desplazados que debieron abandonar sus hogares en los años noventa debido a la violencia ocasionada por el conflicto armado en Colombia. A ellos se les han sumado en los últimos tres años, miles de migrantes venezolanos que llegaron buscando un mejor futuro para sus familias.
Sus casas son mayormente de tablas o bahareque, en algunas de ellas el sol cartagenero hace las veces de techo, pocas tienen acceso a servicios directos aunque los cables van y vienen de un sitio a otro para poder tener electricidad.
A pesar de que los habitantes del Nelson Mandela llegaron allí huyendo de la violencia y la miseria, hoy repiten la misma historia en una localidad controlada por bandas armadas, donde la mayoría prefiere no denunciar para evitarse problemas.
A pesar de todo, siempre suena la música en el barrio, en las cocinas que preparan guisos austeros pero deliciosos, en las barberías y talleres improvisados en el anden, allí se emprende y se crea a pesar de lo duro del entorno, allí se cree que mañana todo será mejor.
NATURALEZA

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